El juego libre, autónomo, exploratorio, alegre, es el motor del desarrollo de intelectual y físico de los niños y niñas. Si el espacio está bien preparado, en él se ejerce la autonomía en los movimientos, necesaria para que niños y niñas se sientan competentes, a su vez fundamento de una autoestima sana.
Ambas situaciones, juego libre y movimiento autónomo, tienen una precondición para ocurrir: los cuidados cotidianos de alta calidad.
Por cuidados cotidianos entendemos todas aquellas actividades salutogénicas en las que acompañamos al niño y niña para su supervivencia más básica: abrigo, alimento e higiene. La forma en que estos cuidados se entregan socializa a los niños y niñas, si estos cuidados son de alta calidad, protegemos su alma y llenamos de calor su corazón.
Me gustaría reforzar el término acompañar. Para que los cuidados cotidianos sean de alta calidad, comenzamos por permitirles ser participantes activos de lo que les sucede. Lo acompañamos y guiamos a vestirse, en vez de vestirlo como quien viste a una muñeca. La acompañamos a comer, como haríamos con un adulto cuya compañía disfrutamos, y así.
Hay cuatro elementos que engloban la multitud de gestos de los cuales depende la alta calidad en los cuidados cotidianos: el gesto tierno y la espera, la anticipación y el esperar respuesta.
El gesto tierno es fácil de entender. La ternura del tacto es reconocible para quien lo da, quien lo recibe e incluso para quien observa. Ojalá el cuidador encuentre dentro de sí mismo este sentimiento y lo convoque cuando esté con el niño o niña a quien entrega esos cuidados. Pedir con ternura un objeto hace sentir bien, pedirlo con rabia daña a quien se le pide, aunque las palabras y el volumen sean los mismos.
La espera es el tiempo y la paciencia de dejar que el niño y niña se concentre y ejecute los movimientos necesarios para participar de su cuidado, esto es, sostener la puerta para que salga solo y no apurarlo, o no ponerle el pantalón ya que aún no termina de estirar su polera, o mostrarle cómo se toma el cubierto y dejar que pruebe a hacerlo correctamente en vez que quitárselo de las manos y volvérselo a poner. Esperar al niño es un gesto de amor que termina lo empezado en el gesto tierno, demostrándole a quien lo recibe que su interioridad y su ser son relevantes para quien lo entrega.
La anticipación es indicarle al niño o niña lo que va a suceder para que pueda estar preparado y ayudar en el movimiento. Por muy guagua que sea, podemos decirle, durante el baño, por ejemplo, que ahora lavaremos su mano y extendemos la nuestra para que acerque la suya. La voz y el gesto irán quedando en la mente de esa niña y niño, y pronto ayudará y sentirá la alegría de participar de su cuidado. La anticipación seguriza por la misma razón que una rutina establecida y constante: el niño y niña vive rodeado de elementos que desconoce, no comprende, y sobre los que no puede decidir. Saber lo que va a pasar a continuación es un ancla a la calma y seguridad. Por lo mismo, anticiparle lo que va a pasar con él y su cuerpo, es una señal de respeto y cuidado que incorporará a su sentir, y será la forma en que esperará ser tratado en el futuro.
Esperar respuesta de la niña y el niño es el complemento de la anticipación. Se trata de buscar en ellos el gesto indicador de habernos escuchado. En el ejemplo anterior del baño, puede ser que no nos extienda a su vez la mano, sino que nos mire, o mire nuestra mano. En su relación especial con el niño y niña a su cargo, cada cuidador aprende a notar los gestos que los recién nacidos hacen para vincularse con él. A medida que pasan los meses iremos mostrando a los niños, a través de la anticipación verbal y gestual, y la espera, el tipo de respuesta adecuada y el enorme amor y respeto que tenemos por ellos.